Saludos.
Normalmente el Mundo de Kayo esta rodeado de pensamientos que la gente considera "delirantes" o "exocitos" o como otros dicen "cagaos de la cabeza". Sin embargo, el mundo de kayo tambien tiene sus sectores más serios (quizas) o por lo menos más literarios. Esto es cuando a Kayo le nacen esas intensiones de ser escritor, y comienza a escribir.
En fin, por eso quiero mostrarles el ultimo cuento que he escrito. Se titula "Viaje de 12 Estaciones". Este es el ultimo de una serie de cuentos cortos que habia escrito en el verano...pero no encuentro los otros, pero cuando los encuentre los pondre para que puedan matar su tiempo libre con un poco de lectura.
Eso, disfrutenlo.
EL VIAJE DE 12 ESTACIONES
Sin rumbo mi cabeza divagaba observando el rápido movimiento de los techos y el sutil reflejo del sol que chocaba contra mi ventana, anunciando el termino de un día. El tren avanzaba más rápido que nunca, y el vagón estaba habitado por un pequeño numero de seres decerebrados que tristemente reflexionaban sobre sus monótonas experiencias. Claramente la rutina les había absorbido lo ultimo que les quedaba de esperanza, y al termino de un día es cuando el verdadero rostro de la insatisfacción reluce en su gloria y majestuosidad. Sin duda alguna una escena lúgubre, y hasta patética, pero no les culpo, pues sin necesidad de mirar hacia un espejo comprendía que yo pertenecía a esta camada.
Unos leves temblores, acompañados por un irritante chirrido, hacen despertar la casi extinta atención de los presentes. No se trataba de algo que les cambiaría la vida, claro que no. Tan solo se trataba de la llegada de otra estación. Una más dentro de las 12 estaciones que aún faltaban para que pudiese distraerme caminando a casa.
Me mantenía sumergido en aquel pensamiento al cabo que algunos de los seres continuaban su paso, la mayoría desinflando más su alma al recordar el futuro próximo que les llegaría. Aquellos problemas cotidianos, o así he escuchado que les dicen, los cuales hacen que deseen volver lo más pronto a su rutina laboral, en un nuevo día de constante insomnio.
Un pitido estresante grita que las puertas serán cerradas, para que luego el tren continúe su incesante marcha. Por lo general yo acostumbraba continuar encerrado en el vacío, imnotizándome con el paisaje y ese resplandor en la ventana que siempre me hacia de acompañante. Pero esta vez fue diferente.
Una sombra se puso a un lado mío, acompañado por un extraño olor que pareció revivir todos mis sentidos. Era un perfume, si, lograba reconocerlo. Un dulce olor que abofeteó mi rostro por lo menos un segundo, pero que fue lo suficiente para deformar mi percepción y abrir mis ojos. Mis sentidos alertados me indicaron a la sombra, una sombra borrosa que no lograba distinguir, simplemente por mi temor a mirar. A esas alturas el olor ya se había esparcido lejos de mi olfato, pero podía jurar que aún continuaba ahí. Entonces intente distraerme. Las casas, el paisaje, el cielo, el sol, el reflejo. Nada, ya no interesaban. Habían perdido su imnotismo habitual, incluso el reflejo que había sido bloqueado por la incógnita sombra.
Nuevamente un pequeño temblor y el irritante chirrido. Ya solo quedarían 11 estaciones para llegar a mi objetivo. Sin embargo eso no parecía importar. Había algo que llamaba más mi atención, y que provocaba que me mantuviese inmóvil. Era gracioso, aquel perfume era agradable, pero me mantenía paralizado como si se tratase del hedor de la misma muerte.
El tren se ponía en marcha, y su típico vaivén me hacia despertar de aquel sutil letargo. Entonces, girando un poco la cabeza, me atreví a enfrentar a la incógnita sombra. El tiempo quedaba muerto dentro de mi cabeza, mientras el silencio se apoderaba de mis oídos. No podía mantener en mente nada más que la sensación de haber revelado un enorme descubrimiento, y quizás no estaba tan lejos de que fuese algo cierto.
Entonces el vagón retumba, al son de que el tren contrario pasaba por un lado con su enorme velocidad, pero con una envidiable precisión que apenas les alejaba por algunos centímetros de su inminente colisión. Fue cuando el reflejo del sol chocaba entre las dos maquinas iniciando un juego de luces y destellos alrededor mío, mostrándome que la incógnita sombra era más bien una mujer de cabello castaño oscuro y ojos claros.
Una repentina retracción me obligo a observar nuevamente hacia el frente. El otro tren ya se había alejado, pero esos instantes me parecieron infinitos. No lograba saber si fue el deslumbrante juego de luces, o el zumbido del tren que cruzaba, pero tal como si hubiese visto a un muerto mi pecho retumbaba agitado y nervioso. Irónicamente, en vez de haber visto el cuerpo putrefacto y desfigurado que lograba imaginar de un difunto, solo recordaba un suave y bello rostro, quizás el más bello que hubiese visto. Sin duda se trataba del perfume.
La leve vibración del tren comenzaba a relajar un poco mi cuerpo, aunque mis ojos temblaban impacientes y revoltosos pues querían girarse a confirmar la ilusión, pero nuevamente el temor tomaba control de la situación anclando mi mirada hacia un frente vacío, ya que no lograba pensar en nada más que la sombra asechante a mi lado.
No me di cuenta cuando las puertas se abrieron. Se trataba de la décima estación. Esta vez me vi acosado por un gran grupo de gente, quienes con sus rostros desgastados y sus cabezas dormidas, comenzaron a empujar quizás desesperados por la presión del silbato que cerraría las puertas.
Por un momento la sorpresiva invasión de estos agentes extraños me desvío de mis pensamientos, hasta que sentí el golpe. Gire, mire, y mis ojos chocaron contra esos ojos que ya había visto antes, pero que ahora atravesaban mi garganta como la fría hoja de un sable. Ya no existía el juego de luces, solo lograba reconocer el tímido brillo del destello de sol que siempre me acompañaba. Estaba lo suficientemente cerca para lograr ver mi rostro de idiota reflejado, entonces gire la vista nuevamente.
Esta vez no la miraba, pero podía sentirla. Aún presionado por la gente del vagón, nuestras manos se rozaban tímidamente acorde al movimiento del tren. Podía sentir el calor de su cuerpo que se ramificaba por mi brazo erizando mis bellos. Podía sentir la suavidad de su mano que se deslizaba a través de mi piel áspera, como un manto de seda que viaja entre las rocas, danzando a son del viento. Era un sentimiento especial que hacia de ese momento algo ameno en comparación a otras veces donde hubiese deseado escapar, pero solo deseaba mantener este cautiverio eterno.
Ya tomando mayor confianza me atreví a mirar nuevamente. Ahí estaba, su dulce rostro, observando el paisaje por la ventana. El resplandor continuaba en sus ojos, pero su rostro se veía triste. Podía ver la melancolía reflejada en su cara. Entonces me atacó la angustia y deje de mirarla. Aleje mi mano, la escondí en mi bolsillo, y me quede inmóvil mirando el mismo paisaje de antes.
Y ahí estabamos. Un hombre y una mujer mirando el horizonte desde una ventana en el metro. No podía dejar de pensar si ella había sentido lo mismo que yo. Ese calor que trepaba hasta mi nuca, junto a esa extraña sensación de bienestar. Pero temía que no. Su rostro decía otra cosa. Claramente su mente estaba en otra parte. Pero por mi lado apenas lograba sofocar las impetuosas ganas de girarme y abrazarle lo más fuerte que pudiera diciéndole que todo estará bien. Esas ideas volaban y volaban alrededor de mi cabeza, mientras empuñaba mis manos y maldecía entredientes mi indecisión.
El mismo sonido, la misma gente circulando, el mismo movimiento. Se trataba de la novena estación. Esta vez la gente desocupo el vagón, dejando solo a unas cuantas personas.
Ella continuaba ahí sumergida en su mundo. Yo continuaba ahí sumergido en mi desdicha. Aprovechando el nuevo espacio otorgado, me aleje un poco de ella, me di vuelta y apoye mi espalda contra la ventana. Ya no podía ver aquel paisaje que ya solo me causaba nauseas. Mantenía mi cabeza saturada de ideas, de voces, de mentiras y verdades, de sueños y realidades. Trataba de huir de aquellas visiones que veía reflejadas a través de la ventana. Entonces todo comenzó a aclararse. Mi mente se despejaba y ya volvía la motrocidad de mi cuerpo. Un nuevo pensamiento se asentó en mi cabeza.
Era la novena estación, aún me quedaba un largo viaje, pero esto era un juego de azar. Ella en algún momento bajaría y entonces ¿qué será de mi?. Quería otorgarle un tributo, o simplemente hacerle saber de que yo también estaba ahí en el vagón, y que le vi. Quizás quería devolverle el favor de despertarme sobre el resto. ¿Pero cómo?
A esa distancia le podía ver mejor. Sin duda que era hermosa. Ya no sentía el temor a mirarla. Me sentía cegado por la decisión de otorgarle algo. Acercarme y recordarle lo bella que es. No me interesaba llevarlo a algo más, solo buscaba retribuir ese cariño inconsciente, ese cariño subjetivo que geste en mi cabeza, pero que no hubiese nacido sin su inesperada presencia. Quería acercarme, pero no podía. Quería sentir de nuevo esas manos suaves, pero no podía. Se trataba de esa maldita neurona que me inyectaron en la cabeza desde pequeño y que ahora ya había crecido al tamaño de una sandía. Se trataba de la neurona que me mantiene amarrado a la tierra, la neurona de la conciencia, aquella que se cuestiona todo. Siempre la he odiado. ¿No seria más feliz sin ella? Podría hacer lo que quisiese, simplemente llevado por mis emociones. Podría desencadenar completamente mi ira en el momento en que me naciera, al igual que desataría mi amor sin la represalia de la duda. Pero a esas alturas comprendí que era ya demasiado tarde.
El tren se detuvo. Las puertas se abrieron en una estación completamente vacía. Ella dejo de ver la ventana y comenzó a caminar hacia afuera. Con cada paso, una apuñalada. Podía ver como secuestraba el ultimo reflejo de sol, el cual yacía aún brillando en su pupila, mientras dejaba que el vagón decayera en las sombras.
Mi corazón me gritaba caóticamente mientras no dejaba de verla alejándose por la puerta. Comenzaba a comprender que nunca fui algo relevante ante sus ojos, y sentía como paulatinamente volvía a mi estado inicial. Entonces ella se giro. Nuestros ojos chocaron nuevamente. Su rostro era tan bello como lo recordaba, y esta vez una pequeña sonrisa estaba dibujada en su boca. Y las puertas se cerraron.
Me quede congelado. Al parecer si existía. No tenia muy claro lo que había sucedido, pero ya sentía mi cuerpo recompuesto. Mi corazón latía tranquilo y mis músculos estaban relajados. No había sucedido nada relevante, pero sentía como si hubiese sucedido de todo. Un extraño juego de pensamientos, que termino con una ultima despedida, ahí en la octava estación.
Me gire nuevamente hacia la ventana. Podía apreciar el paisaje con su entorno nocturno. Aún me quedaban 7 estaciones y un tedioso camino a casa, pero no me importaba. No podía quitar una leve sonrisa en mi boca y un confuso sentimiento de satisfacción.
FIN
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3 comentarios:
Mmmm...los recursos literarios estos me parecen familiares...
Cojones...
Ni idea, yo solo escribo y ya.
me parese muy hermoso pero lo q le falta es un poco de drama y me parece maso menos ok
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